Adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina, testosterona y vasopresina. Quédate con esos nombres. Y quédate, de paso, con las regiones del cerebro que activan esas hormonas: el área ventral tegmental, el núcleo accumbens y el núcleo caudado.
Según la investigadora Helen Fisher, antropóloga de la Universidad de Rutgers y experta en la química del amor, cada una de estas hormonas juega un papel principal en las distintas fases del amor (el deseo, la atracción romántica y el apego o cariño), y son las causantes de que las mariposas iniciales se calmen y evolucionen en los sentimientos típicos de una relación de pareja más larga.
Por eso, lo mejor es repasar lo que sucede en cada una de esas fases. Empezando por el inevitable deseo.
I. El deseo
El deseo es la primera fase del amor, la que provoca que te sientas atraído por esa persona. Eso ya lo sabemos, estarás pensando. ¿Pero serías capaz de ponerle nombre a las sustancias que segrega tu cuerpo en ese momento?
Te encuentras en un bar y la ves. Algo en él o en ella te llama la atención. Ves y presientes cosas que te gustan y la imaginación pone el resto. En ese momento, tu cuerpo empieza a segregar dosis generosas de estrógenos y testosterona. La adrenalina comienza a recorrer tu cuerpo y hace que el corazón se acelere, empiezas a sudar y se te seca la boca... ¿Te suena esa sensación?
II. La atracción
La cadena química del amor continúa con la dopamina, un neurotransmisor que segrega el cerebro y las glándulas suprarrenales y que aumenta la liberación de testosterona.
Ese flujo de dopamina se deja sentir en varias zonas del cuerpo, incluidos los genitales y las glándulas sudoríparas, y afecta también al nivel de sensibilidad de los sentidos. ¿Sientes que el cielo es más azul cuando piensas en esa persona? ¿Que los colores son más brillantes y que hace mucho más calor? La dopamina, en el contexto de la atracción, es parcialmente responsable de eso.
La dopamina nos genera un chute de excitación, energía y motivación. Un chute que, cuando se calma, nos deja con "ganas de más". E l llamado "circuito de recompensa cerebral" demanda su dosis de mariposas. Así nos vamos convirtiendo en algo así como adictos al amor. Pensamos en esa persona, o nos acercamos a ella, para que la dopamina fluya. Y eso nos lleva a estar más felices, obnubilados y en un estado de tensión y excitación constante.
Por su parte, la testosterona aumenta el deseo sexual y el comportamiento agresivo que nos lleva a intentar seducir a nuestra (futura) pareja.
Conforme las personas nos enamoramos, el cerebro va segregando más y más sustancias químicas: feromonas, norepinefrina, feniletilamina, serotonina... Estas sustancias actúan como lo harían las anfetaminas y estimulan los receptores de placer del cerebro. Y provocan los síntomas de la “enfermedad” amorosa: aumento del ritmo cardíaco, pérdida de apetito, excitación y sueño.
La norepinefrina es el estimulante que hace que nos sintamos permanentemente alerta y que seamos incapaces de dormir. También el que, por ejemplo, provoca que recordemos hasta el último detalle de nuestras parejas.
Sí, que te acuerdes de cada detalle de cada foto del perfil en Facebook de tu amante no te hace un psicópata. Solo son las hormonas.
La feniletilamina es la responsable de las sensaciones de vértigo y también de las pérdidas de apetito. S i la relación se rompe antes de tiempo es probable que bajen sus niveles y experimentemos sensaciones de depresión. La feniletilamina es una hormona precursora de la dopamina, de ahí que también se encuentre en grandes cantidades en esta fase.
No hay comentarios:
Publicar un comentario