No joke. Alejandra Guzmán, Mexican pop singer is hospitalized with a serious health problem. A few months ago went to a beautician to make him an injection of biopolymers and methacrylates in the buttocks, with the purpose of filling them and lift them. The singer looked hard shone his butt without the natural sagging that imposes age despite exercise.
The social and media pressure to maintain a youthful appearance can cost lives and has injured the health of millions of women worldwide. Particularly in Latin America, hundreds of medical cosmetologists and aestheticians, and sometimes bad plastic surgeons, they found a gold mine in the obsession with keeping the low cost false youth. Not everyone can go to a doctor or a specialist who charges high fees to perform a safe surgery or injection products approved by health authorities for human use.
What they call bioimplants, tissue implants or "expandable cells" that are nothing methacrylate microspheres in a suspension of dimetilpolisiloxan, meaning derived from silicone, the same as in the 70s caused many deaths from cancer in women with implants. Well now in Mexico pseudoespecialistas commit the crime of illegal injecting these products without health authorities involved. Those who inject these products do so at their low cost and false promises. The real results are deformations, infections and even tumors that can, as in the case of the singer, infiltrating the spine or cause irreparable damage to the nervous system.
Each year, conducted 11.7 million cosmetic procedures in the United States, the country has created this culture of obsession with appearance and youth at any cost. The legacy of that culture came to Latin America to stay, hence increasing frauds, whether or not medical professional certificate, thrive with this obsession. Not just women in 2008 increased by 30 per cent of men claim to be all forms of aesthetic intervention (from injection of Botox, hair implants and even surgery
eyes and neck).
Clearly, each who chooses what he does with his body, any medical intervention has health implications and risks involved. It is also clear that there is a loophole that favors the proliferation of charlatans, with the risk that implies for their intended victims. Biopolymers illegal injections have already become a public health problem. Across the country are "special clinics" to inject Botox and the like already expired and magic formulas that advertise rejuvenation.
And the recommendation of doctors is very simple: if it sounds too easy and cheap to be true, is a farce. Require information and reflect. The cases of Meg Ryan's face and buttocks of Ale Guzman are two problems: the ideological, which preceded the appearance of talent and artistic virtues, and the pragmatic, those who thrive on anti-aging culture unlawfully.
No es una broma. Alejandra Guzmán, la cantante pop mexicana, está hospitalizada con un problema de salud grave. Hace unos meses acudió a un esteticista para que le hiciera una infiltración de biopolímeros y metacrilatos en los glúteos, con la finalidad de rellenarlos y levantarlos. La cantante buscaba que su trasero luciera duro, sin la natural flacidez que la edad impone a pesar del ejercicio.
La presión social y mediática para mantener una apariencia juvenil puede costarle la vida y ya ha perjudicado la salud a millones de mujeres en el mundo. Particularmente, en Latinoamérica, cientos de cosmetólogos y médicos esteticistas, y en algunos casos malos cirujanos plásticos, hallaron una mina de oro en la obsesión por mantener la falsa juventud a bajo precio. No cualquiera puede acudir a una o un médico especialista que cobra sumas elevadas por llevar a cabo una cirugía segura o por inyectar productos aprobados por las autoridades de sanidad para uso humano.
Lo que llaman bioimplantes, implantes tisulares o de “células expandibles” no son otra cosa que microesferas de metacrilato en una suspensión de dimetilpolisiloxan, es decir derivados de silicona, la misma que en los años 70 causó innumerables muertes por cáncer a mujeres con implantes. Pues ahora los pseudoespecialistas en México cometen el delito de inyectar estos productos ilegales sin que las autoridades sanitarias intervengan. Quienes se inyectan estos productos lo hacen por su bajo costo y falsas promesas. El resultado real son deformaciones, infecciones e incluso tumoraciones que pueden, como en el caso de la cantante, infiltrarse en la columna vertebral o causar daños irreparables en el sistema nervioso.
Cada año se llevan a cabo 11.7 millones de intervenciones estéticas en los Estados Unidos, el país que ha generado esta cultura de la obsesión con la apariencia y la juventud a cualquier costo. La herencia de esa cultura llegó a América Latina para quedarse, de allí que cada vez más farsantes, tengan o no cédula profesional médica, medran con esta obsesión. No son sólo mujeres; durante el 2008 aumentó un 30 por ciento la demanda de hombres para hacerse todas las formas de intervención estética (desde inyección de Botox, hasta implantes de cabello y cirugía de
ojos y cuello).
Está claro que cada quién elige lo que hace con su cuerpo; toda intervención médica tiene implicaciones a la salud y riesgos implícitos. Pero también es evidente que hay un vacío legal que favorece la proliferación de charlatanes, con el riesgo que eso implica para sus posibles víctimas. Las inyecciones ilegales de biopolímeros ya se han convertido en un problema de salud pública. Por todo el país encontramos “clínicas especializadas” que inyectan Botox y similares ya caducados y que anuncian fórmulas mágicas de rejuvenecimiento.
La recomendación de las y los médicos es muy sencilla: si suena demasiado fácil y barato para ser cierto, es una farsa. Exija información y reflexione. Los casos del rostro de Meg Ryan y de las nalgas de Ale Guzmán muestran dos problemas: el ideológico, que antepone la apariencia al talento y las virtudes artísticas, y el pragmático, de quienes medran con la cultura antiedad de manera ilícita.
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